Opinión

Vieja pesadilla

por Miguel Angel Rouco

La salida del default abre para la Argentina la posibilidad de reordenar su estructura económica arcaica.

La normalización con los acreedores no significa que ya están solucionados los problemas, sino que es una plataforma, para poder empezar a andar el camino hacia la modernidad. Reformas estructurales, impositivas, previsionales, laborales y fiscales son imperiosas para encarar ese sendero. Es una oportunidad histórica.

Se abren las puertas para que el país pueda acceder a vías de financiamiento, no para enjuagar el déficit fiscal, sino para transformar la estructura del gasto público improductivo que genera emisión monetaria y provoca inflación, en un andamiaje eficiente.

Hoy la inflación ocupa el centro de la escena y es el núcleo prioritario en todas las agendas públicas y privadas, como ocurría en los años ’80.

Pero también es cierto que casi la mitad de la población, los más jóvenes, no conocen las causas y los efectos de la inflación. No crecieron con ese fenómeno y solo lo vivieron solapado por la ficción kirchnerista.

La administración Macri, dominada por gran parte de jóvenes muy entusiastas pero que minimizan los riesgos de la inflación de manera temeraria, no supo explicarle a la sociedad la gravedad de la herencia kirchnerista y mucho menos los aumentos de tarifas, del tipo de cambio y el resto de las correcciones.

Hoy, el fuego inflacionario devora salarios y empleos, y el gradualismo aplicado desde la Casa Rosada va a la retaguardia, pulverizando las proyecciones oficiales de un índice de precios minoristas del 25 por ciento para todo 2016.

En los principales escritorios locales e internacionales las estimaciones rondan 35 por ciento y el baño de realidad llegó desde el Fondo Monetario Internacional cuando pronosticó una caída del 1 por ciento en el nivel de actividad.

La aceleración inflacionaria del primer cuatrimestre del año refleja el fracaso de la política gradualista y la hipersensibilidad de los agentes económicos frente al desborde fiscal, tributario y monetario.

Los enormes esfuerzos del Banco Central por neutralizar la avalancha de liquidez que hay en el mercado resultan estériles frente a la pasividad del Palacio de Hacienda, en la contención del gasto público.

¿Hasta donde puede el BCRA absorber liquidez vía pases y emisión de LEBAC? ¿Hasta que punto el BCRA puede poner en jaque su patrimonio?

El BCRA no puede con todo. No encuentra reciprocidad en la Tesorería y los tiempos se van acortando.

Aun cuando la salida del default quita presión, el gobierno necesita cubrir un bache de 25.000 millones de dólares, para tapar el desequilibrio fiscal de 2016.

¿Cómo se va a financiar ese déficit si, como anunció el secretario de Finanzas, no habrá nuevas emisiones de deuda? Las opciones son escasas: o el BCRA aumenta la financiación vía adelantos y giro de utilidades, o el gobierno se verá obligado a devaluar, o apuesta a un programa financiero plurianual con el FMI, para ganar oxígeno y tiempo para aplicar el ajuste.

Las dos primeras, inevitablemente terminan en más inflación. La última parecería ser la más cercana al pretendido gradualismo de la Casa Rosada.

El otro escollo que deberá resolver el gobierno es de que manera se van a mitigar los efectos de los aumentos de salarios de las negociaciones paritarias.

Nuevamente, el Palacio de Hacienda parece minimizar el peso que tienen las expectativas y la aceleración monetaria sobre la inflación y el tipo de cambio.

Un nuevo retoque tarifario, en especial, sobre los combustibles será el detonador de una neuva ola de ajustes.

La inflación empaña el júbilo por la salida del default y revive una vieja pesadilla para los argentinos.

DyN.

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